miércoles, 27 de junio de 2012

Artillería e historia: Los cañones Voruz de la corbeta Unión (2/2)


Los Voruz de la Unión
Nobleza y acero 

Por: Rómulo Rubatto Suarez 
Parte 2
Viene de Parte 1



LA DOBLE ROTURA DEL BLOQUEO DE ARICA 

El 17 de Marzo de 1880 se dio frente al peruano Morro de Arica, una acción naval que, por sus características, ha quedado consignada entre las notables de la historia de la marina de guerra universal: la doble y simultánea ruptura del bloqueo chileno a ese puerto peruano. 

 

Mucho se ha escrito a cerca de este admirable episodio, los historiadores han dedicado grandes espacios de su capacidad de análisis a estudiarlo; nosotros hemos tenido el honor de conocer pormenores del hecho de propia boca del Comandante de la corbeta Unión, por la de sus descendientes; sabemos por ejemplo que cuando el 11 de marzo de 1880, “el marino de las acciones inverosímiles” Capitán de Navío don Manuel Antonio Villavisencio Freyre, recibió la orden directa de partir rumbo al Puerto Peruano de Arica llevando a sus defensores pertrechos, armas y a la unidad naval Alianza, respondió: “...Señor, los pertrechos y la Alianza llegarán a Arica, no puedo garantizar mi regreso...” ; efectivamente, a las 11.30 hrs. del día siguiente, la Unión, estibada con pertrechos y la torpedera Alianza a bordo, zarpó del Callao rumbo al Sur, recaló en Quilca y desde allí informado de la ocupación de Islay y Mollendo continuó su rumbo. Llegó a la vista de Arica a las 04:00 hrs. del 17 de marzo de 1880, no sin antes haber burlado en el trayecto a una unidad no identificada de la armada enemiga. 

No clareaba el día cuando una lancha auxiliar de la Unión atracó en el muelle de Arica, era el Alférez de Fragata don Carlos Rodríguez, de la Unión, que se hacía presente ante los comandos de Arica, dando parte de la presencia de la corbeta en las afueras del puerto; media hora después la corbeta fondeaba en Arica, iniciando la maniobra de desembarque de su carga y acopio de carbón. En esto se encontraba cuando amaneció y recién entonces los vigías de las naves bloqueadores se percataron de su presencia, después de dos horas, el Huáscar con insignias enemigas y el Blanco iniciaron un cañoneo contra la Unión que respondió con sus VORUZ sin interrumpir la maniobra, el combate duró aproximadamente siete horas sin que el enemigo pudiera acercarse lo suficiente como para dañar ostensiblemente a la corbeta, cuyos artilleros impactaron muchos de sus proyectiles en el Huáscar, en esta tarea, la ayuda proporcionada por el Manco Capac y las baterías de tierra, fue invalorable. 

 

La asombrosa hazaña de romper el bloqueo de Arica dos veces en un solo día y en el intervalo combatir exitosamente contra la flota bloqueadora sin interrumpir su tarea de entrega de pertrechos y estiba de carbón, no pudo jamás ser desvirtuada por el enemigo, debido a que el desarrollo del operativo, fue presenciado por las tripulaciones de los buques neutrales surtos en el Puerto Peruano de Arica. Uno de estos marinos extranjeros, el Comandante de la fragata Husard de bandera francesa, narró los hechos de que fue testigo en Arica el 17 de marzo de 1880, al Capitán de Navío don Ernesto Caballero y Lastres, que a su vez consignó el testimonio en el discurso de orden, al instalarse el 17 de marzo e 1918, el mástil de la corbeta Unión en la Escuela Naval, de la siguiente manera: 

“...Es también en estos momentos cuando viene a mi memoria, uno de los recuerdos más gratos de mi vida que entonces como ahora, me llenó de patriótico orgullo; es la historia sencillísima, llena de vibrante emoción, que años atrás, lejos del Perú, me hiciera un viejo oficial de la marina francesa de los prodigios de habilidad y valor que realizaron en aquel día el comandante y los tripulantes de la Unión. Contábame, que cuando él y sus demás compañeros que tripulaban la fragata Husard, vieron al amanecer que estaba fondeada dentro del puerto nuestra corbeta, quedaron admirados de la manera como habían podido forzar el bloqueo que tan rigurosamente mantenían los buques chilenos. 

Todo el día, me decía, desde nuestro barco contemplamos las maniobras que hacía la Unión, la cual defendida por el Monitor Manco Cápac y los fuertes de tierra, mientras que por una banda realizaba las operaciones de descarga y acopio de carbón, por la otra no dejaba de contestar con sus cañones a los tres buques que la atacaban, a la vez que sus tripulantes trataban de dominar los incendios que se producían a bordo; pero nuestra admiración rayó en lo indecible cuando, al atardecer de ese día, encontrándonos a la mesa en la cámara de nuestro buque, el timonel de servicio, asomando por el cubichete, avisó que zarpaba la Unión. 

No dimos crédito a este anuncio pues para realizar tal acción, precisaba una audacia y un valor que no podían concebirse; ¡ la pérdida del buque era casi segura !. Juzgábamos que el timonel se equivocaba, y en ese concepto fue que el oficial de guardia le advirtió que fijara mejor su atención antes de dar un parte de tal naturaleza. 

No habría transcurrido un minuto cuando el timonel repetía de nuevo: la Unión zarpa. 

Subimos a la cubierta y pudimos entonces cerciorarnos de la veracidad de lo que se acababa de ratificar. La gallarda corbeta cruzaba nuestra proa y burlando otra vez a los buques chilenos, hizo rumbo al Sur pasando cerca e la Isla Alacrán y contestando en su trayecto a los disparos que le hacían...” 

 

Ambas versiones, la primera resumida del parte elevado por el Comandante de la Unión y la segunda de los recuerdos de un testigo presencial y neutral, coinciden plenamente: la Unión, su Comandante, su tripulación y sus cañones VORUZ, habían logrado ante el asombro y admiración de propios y extraños, burlar y derrotar dos veces consecutivas a la flota enemiga. 

La Unión, luego de su victoria, tomó primero rumbo S. Y pasada la Isla Alacrán al N., para dirigirse al Callao, tres días después. El 20 de marzo, a las 12.00 hrs. arribó a su destino iniciando en el fondeadero de San Lorenzo, las reparaciones que los pocos, pero inevitables impactos enemigos, habían causado en las calderas, los tubos de vapor y chimenea; coincidentemente, Piérola iniciaba la construcción de la “Ciudadela del Cerro San Cristóbal”. 

A LA CAZA DE LA UNION 
El enemigo, en la inteligencia de que el dominio del mar significaba el logro de sus objetivos expansionistas, consciente de igual forma de que la Unión, tripulada por marinos peruanos era sucesora del Huáscar, conducido por el Almirante Grau y de que terminadas sus reparaciones abandonaría nuestro primer puerto poniendo en peligro y exponiendo nuevamente al ridículo a su escuadra invasora. Riberos, comandante en jefe de la escuadra enemiga, ordenó bloquear el Callao con el fin de impedirlo; a fines de marzo, estaban ya en las cercanías de la Isla Lobos destruyendo muelles artesanales y embarcaciones menores de poca importancia no beligerantes, hasta que Riberos decidió ejecutar acciones de mayor envergadura. 

 

El 9 de abril de 1880, por la noche, tres de los siete barcos bloqueadores, se desprendieron de la flota enemiga; eran las torpederas Guacolda y Janequeo amadrinadas por el Huáscar cautivo, con objetivos concretos: la Janequeo debía atacar y destruir las instalaciones portuarias y la Guacolda debía poner sus torpedos en la Unión. La primera de las nombradas perdió el rumbo y amaneció 10 millas al N. de su objetivo, la segunda, hizo rumbo al fondeadero de San Lorenzo con el fin de activar sus torpedos de botalón contra la Unión. Luego de una prolongada travesía, la lancha chilena llegó a San Lorenzo y en el fondeadero, aproximadamente a las 01.00 hrs. del 10 de Abril de 1880, embistió a un bote de pesca rompiendo uno de sus dos botalones, vara de madera que portaba en su extremo el torpedo a colocar, inutilizando así uno de sus elementos de ataque. Goñi que comandaba a la Guacolda, obligó a los pescadores a guiarlo hasta el punto de fondeadero de la Unión, llego a pocos metros de la corbeta, pero volvió a chocar con una palizada de defensa que hizo explotar sin consecuencias a su segundo torpedo, los VORUZ de la Unión, cañonearon a la intrusa obligándola a fugar seriamente lesionada. 

Un fracaso más que experimentaba la flota enemiga gracias a la calidad profesional de nuestros marinos, si el Comandante Villavisencio no hubiera tenido la previsión de tender un perímetro de seguridad entre su nave y un hipotético ataque enemigo, seguramente el torpedo de la Guacolda habría destruido a la Unión. 

 

Esa misma mañana, Riberos dio un plazo de diez días para que los buques neutrales surtos en el Callao, abandonaran el puerto exigiendo al Jefe político y Militar de la Plaza, Capitán de Navío don Germán Astete, la rendición y entrega inmediata de las unidades de nuestra Escuadra, el jefe chileno sólo obtuvo una más de las valientes respuestas que acostumbraba a dar este valiente marino: “...si quieres mis naves, ven a buscarlas...”. 

El 22 de Abril de 1880, la flota de invasión chilena se ubicó a una distancia entre cinco y seis mil metros de su objetivo, iniciando el bombardeo del Callao a las 14:00 hrs.; durante las cuatro horas que duró el cañoneo, los VORUZ de la Unión herida en el palo mayor por un disparo del Huáscar, los cañones del Atahualpa, el Apurímac y las baterías de costa, impidieron que los buques enemigos culminaran con éxito el ataque, retirándose al fondeadero de San Lorenzo al ocaso. 

El 23 de Abril de 1880, nuevamente las cañoneras chilenas incursionaron cerca del puerto a fin de destruir una boya para corrección de tiro y hundir el Atahualpa fondeado al N.E. de la dársena; la Unión las descubrió y sus VORUZ desbarataron una vez más los designios de Riberos. 

En mayo de 1880, la gloriosa Brigada de Torpedistas en la que militaban los marinos Bondy y Oyague, vencedores del Loa y Covadonga respectivamente, atacaron a la flota bloqueadora lanzando dos torpedos McEvoy. En represalia por esta acción, Riberos ordenó un bombardeo a La Punta y el Callao, quería destruir la batería de 1000 Lb. emplazada en ese balneario; una vez más los buques enemigos fueron rechazados, retirándose con serias averías provocadas por los VORUZ de la Unión. 

LOS VORUZ Y LA DEFENSA DE LIMA 
Pero la suerte estaba echada para el Perú, el Ejército Peruano, aislado en Tarapacá, hubo de abandonar su posición sin consolidar su victoria sobre el ejército chileno el 27 de noviembre de 1879. Chile había logrado apoderarse de Tacna, luego de una batalla que culminó con el tristemente célebre “repase”, triunfo tácticamente equivocado porque con él, se provocó un disloque en la línea de abastecimiento enemigo, el Morro de Arica interrumpía el enroque del tren de suministro, produciendo una creciente escasez de víveres y municiones. Para cumplir su objetivo final, Chile debía tomar Arica. 

Cayeron Tacna y Arica iniciando su largo cautiverio mientras en la Casa de Pizarro, el “Califa” presumía que el invasor llegaría hasta Lima y que era necesario defenderla. Ordenó entonces, por sucesivos decretos, la construcción de emplazamientos de artillería, y en ellos se inició el montaje de cañones, navales en su mayor parte. La Apurímac, el Atahualpa y la Unión se vieron privadas, en parte de su artillería, once de los doce VORUZ de 68 Lb. de esta última, fueron distribuidos, según consigna Pascual Ahumada en el Tomo VII p. 39, de la siguiente manera: dos en el cerro Vásquez, dos en el cerro El Pino, dos en el cerro San Bartolomé y cinco en el Cerro San Cristóbal, junto con un Vavasseur de 120 Lb. montado en su colisa naval. 

LOS ÚLTIMOS DISPAROS 
Los VORUZ de la Unión, fueron trasladados al cerro San Cristóbal entre el 15 y el 16 de agosto de 1880, según lo consigna el Libro de Bitácora de la corbeta; las dificultades de esta maniobra sólo podían ser superadas por hombres baquianos en estos menesteres, la tripulación de la corbeta cumplió su cometido; las piezas que habían combatido victoriosamente en el mar, estaban dispuestas para hacerlo en tierra, servidas por sus mismos artilleros, bajo la dirección de su último Comandante, el Capitán de Navío Manuel A. Villavisencio. 

 

Desde ese mes, los marinos permanecen al lado de las bocas de fuego, trabajando día y noche en el reglaje y ajuste de puntería pese a la deficiente visibilidad nocturna lograda con mecheros y fogatas, ya que recién el 2 de Enero de 1881, 24 días después de inaugurada la Ciudadela, se instala en ella la iluminación artificial, según se desprende de la lectura del telegrama que consigna Ahumada y Moreno en el Tomo IV p. 400 de su obra, y que a la letra dice: “Chorrillos, Enero 2 de 1881 / Sírvase V.S. mandar dar a M. Noel 400 incas para la instalación de luz eléctrica en san Cristóbal, de que está encargado, de cuya suma dará cuenta / Piérola”. (Sic.) 

Igualmente a posterior de la bendición, para ser exactos pasados ya 29 días de la fastuosa ceremonia, el 7 de enero de 1881, se traslada al San Cristóbal la colisa del Apurímac, según ordena Piérola mediante el telegrama publicado en la misma fuente: “Callao, Enero 7 de 1881 / Señor Sub Secretario de Guerra / De orden de S.E., mando por el tren de 6 pm., línea trasandina, un cañón que fue colisa del Apurímac, con su cureña, útiles y juego de armas completo, para que sea montado en el cerro San Cristóbal. Dicho cañón quedará en la Estación de Monserrate. / García.” (Sic). 

Con una celeridad increíble, dada la dificultad que presentaba la instalación de una colisa, complicado sistema de engranajes que permite operar un cañón en cualquier dirección, dos días después el 9 de Enero de 1881, se culminan los trabajos de montaje de esta pieza, el informe, en la misma fuente dice: “Recibido de San Cristóbal a las 12.30 pm. / Señor Secretario de Guerra: / El colisa del Apurímac quedará montado hoi mismo y espedito para hacer fuego. Necesito urjentemente, granadas esféricas de a 32 con espoletas de tiempo de 5, 10 y 20 segundos. Además, tarros de metralla de a 6 pulgadas de diámetro, si las hay, y en caso puedan suplir los de 5 pulgadas. / Manuel A. Villavisencio” (Sic). 

Como repetimos, el 9 de Diciembre de 1880, con el enemigo Ad Portas, Piérola inauguró su más encumbrado monumento, la llamó: Ciudadela Piérola. 

El cerro San Cristóbal fue escenario de una fiesta por demás extemporánea, el 19 de Noviembre de 1880, el invasor había iniciado sus operaciones sobre Lima desembarcando sus avanzadas en las playas de Pisco; lo que siguió, es historia conocida: la Brigada de Torpedistas Navales dificultando los desembarcos chilenos, los victoriosos encuentros en Hervía y la Molina, la retirada de las tropas invasoras en Tebes ante las andanadas de los VORUZ de la Unión emplazados en el cerro El Pino, el desastre de San Juan, el saqueo de Chorrillos, el incendio de Barranco, la desarticulación de nuestro ejército en Miraflores y los cañones VORUZ de la Unión esperando su momento. 

Era el 15 de Enero de 1881, muere el Capitán de Navío Juan Fanning en el Reducto Nº2, fuga Piérola rumbo a la Sierra Central, Cáceres herido en el combate es trasladado al Hospital de Sangre de la Sociedad de Beneficencia Francesa y de allí al Convento de los Jesuitas en Lima, Suárez toma el mando militar de la Plaza, el invasor sobrepasa la línea de los Reductos ha caído Miraflores, Torrico acuerda la Capitulación, es el ocaso del día y de la Patria. 

16 de Enero de 1881, a la alborada una secreta reunión en Lurín, en el Callao el Capitán de Navío Luis Germán Astete se opone a la rendición pactada desde muy temprano por el Alcalde Torrico y en este sentido dirige un telegrama al Coronel Belisario Suárez ofreciendo los 1500 marinos a su mando para defender Lima peleando uno contra diez, el “marino de las respuestas valientes” procede a destruir todo aquello que pueda ser útil al enemigo, mientras solicita inútilmente a Torrico movilidad para trasladar a sus combatientes hasta la Capital, el Alcalde no atiende la solicitud del Comandante Astete para facilitar que se cumplan sus designios; al mismo tiempo en Lima, el Coronel Belisario Suárez Jefe Militar de la Plaza convoca a una reunión para decidir la forma de defender la Capital y de los trece invitados, sólo tres, los Doctores Oviedo, Arenas y Corzo se hicieron presentes, el resto desapareció de Lima siguiendo a Piérola. 

El Capitán de Navío Germán Astete desde el Callao, el Coronel Belisario Suárez en el centro de la Capital y el Capitán de Navío Manuel Villavisencio en el San Cristóbal se oponen a la Capitulación firmada por Torrico y avalada desde Punchauca por Piérola. 
Las comunicaciones telegráficas que se cruzan entre ellos todas fechadas el 16 de Enero de 1881, son angustiosas, las que el Coronel Suárez guardó para que en el momento oportuno sirvieran como testimonio inapelable del valor y el patriotismo del Capitán de Navío don Germán Astete y el Capitán de Navío don Manuel A. Villavisencio, han sido donados a la Marina de Guerra del Perú y existen en el Archivo Histórico Naval de la Dirección de Intereses Marítimos. En uno de estos telegramas dirigido al Coronel Suárez, el Capitán de Navío don Germán Astete, termina diciendo: “Llevo 1500 hombres entusiastas...Alcalde de Lima me comunica rendición, no lo puedo consentir...marcho a esa aun que sea a pelear uno contra diez...un aliento más y salvamos al país...Astete”. 

En otro dice don Manuel Villavisencio dirigiéndose al Coronel Suárez en Palacio: “En este fuerte se está aglomerando mucha gente...armada con armamento variado...a todo trance quieren combatir creyendo que basta la artillería de este fuerte para destruir al invasor...Villavisencio”. 

Lima estaba perdida, sobrepasadas las defensas de Miraflores, el ejército invasor se dirigió hacia la Capital para ocuparla, los que estaban decididos a pelear por la Patria hasta las últimas consecuencias: Astete, Suarez y Villavisencio, continuaban la lucha, en un telegrama recibido por “El Mercurio” que transcribe el Boletín de la Guerra de Santiago Nº44 se lee: “...al avanzar nuestras tropas los fuertes de San Bartolomé y San Cristóbal hicieron muchos disparos. Ha habido muchas bajas nuestras...”, era el 15 de Enero de 1881 a las 22.00 hrs. Más adelante consigna el corresponsal: “...menudeaba sus disparos con cañones de grueso calibre desde las alturas del San Cristóbal...” 

Tomando en cuenta el contexto total de la información publicada en el Boletín de la Guerra Nº44 pp. 926a, 957a y 967b, el invasor se encontraba ya a las inmediaciones de la Huaca Juliana; la misma fuente, más adelante informa: “...5:25 minutos y el fuego del enemigo amainaba, sólo los cañones del San Cristóbal disparaban pero a largos intervalos...” 

 

Eran los VORUZ de la Unión que se negaban a rendirse, fueron los últimos cañones navales en disparar contra el invasor. 

“Vencer o Morir”, lema y consigna debía cumplirse, un telegrama recibido en Lima a las 7 y 16 pm. del 16 de Enero del 1881 dice: “Recibido en Lima / a las 7.16pm. / día 16 de Enero de 1881 / Telegrama de San Cristóbal / Dirección Coronel Suárez / A que hora de esta noche o de mañana procedo a volar los cañones de este fuerte / Villavisencio”. 

Pocas horas después arponeados y clavados fueron volados para no caer útiles en manos enemigas. 

 

Esta es la “Hoja de Servicios” de dos combatientes silenciosos, que vivieron todas las glorias y las miserias de la guerra: las vicisitudes del combate, la alegría del deber cumplido, la satisfacción de la Victoria, el sacrificio de la propia vida antes de sufrir la injuria del cautiverio, la ingratitud de quienes olvidaron sus acciones, combatientes al fin, resistieron estoicos el paso de los años. Transcurrió más de un siglo; de la imbatible corbeta Unión sólo conservábamos el mástil rescatado por el Director de la Escuela Naval, Capitán de Navío Ernesto Caballero y Lastres en 1918 hasta que hoy, en 1999 la Brigada Naval Combatientes del Pacífico, rescató del olvido, reconstruyó y restauró los dos cañones J.VORUZ de 68 Libras de la dotación de artillería de la corbeta Unión, que hoy nos reciben al ingresar a la ESCUELA NAVAL DEL PERU diciéndonos: “No es la pérdida de una guerra lo que arruina a las naciones, sino la pérdida de la capacidad de resistencia”. 

A la memoria de Rómulo Rubatto Suarez 

Warbook (2003)

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